La mejor amiga del escritor

El recurso de convertir a un perro en personaje, o de contar desde su punto de vista, no es nuevo en la historia de la literatura

El joven Ackerley con su padre.foto.fuente:adnCultura

"Los perros no son difíciles de entender. Uno tiene que ponerse en su lugar", dice, certera y pragmática, la veterinaria que finalmente logra traer un poco de paz al atribulado narrador de Mi perra Tulip , un señor inglés renuente a hablar de cualquier otra cosa que no sea este nuevo ser que ha ingresado a su vida.

Menos con la anuencia del obediente que con la entrega del enamorado, él se dispone a cumplir ese mandato para tratar de remediar el desencuentro que, hasta entonces, ha primado en la relación con su perra alsaciana (raza más conocida por aquí como "pastor alemán", al que Adriana Astutti decide, con buen criterio, designar con el término más próximo al nombre que se daba a estos perros cuando llegaron a la Inglaterra de posguerra).

El recurso de convertir a un perro en personaje, o de contar desde su punto de vista, no es nuevo en la historia de la literatura. El extraordinario Flush de Virgina Woolf, por ejemplo, narra un tramo de la vida de Elizabeth Barrett, especialmente el ligado a su nada simple relación con Robert Browning, desde la mirada del cocker spaniel de la poeta. King, una historia de la calle , esta vez contado desde una primera persona perruna, es un relato en el que John Berger focaliza, fundamentalmente, el despojo social en el que viven los relegados de todas las especies. En Viajes con Charley , un John Steinbeck acompañado y asistido por su caniche trata de captar cuál es el estado de la Norteamérica profunda de la que se siente desconectado. Más acá, el Cecil de Manuel Mujica Lainez también es una forma velada de la autobiografía -específicamente, la de los años pasados por el autor en las sierras cordobesas- narrada por la voz de un perspicaz whippet. Los ejemplos siguen, pero no se mencionan con afán enumerativo sino para demostrar que, normalmente, los perros aparecen en los relatos al servicio de algo que los excede: el estado de una sociedad, la vida de algún escritor en estos casos. Frente a esa dirección habitual, el Ackerley de Mi perra Tulip , demostrando una empatía pocas veces vista, se propone indagar en la naturaleza animal: qué es eso Otro que acecha tras la mascarada simplista de la mascota. El relato que de allí deriva es tan original como brillante.

Los datos biográficos señalan que J. R. Ackerley nació en Inglaterra, vivió entre 1896 y 1967, estudió en Cambridge, luchó en la Primera Guerra, fue tomado prisionero por los alemanes, trabajó como secretario de un marajá en la India, fue abiertamente homosexual en tiempos complejos, editó la revista The Listener durante más de veinte años y participó del círculo literario del Londres de principios de siglo, en el que también transitaban su amigo E. M. Forster y escritores más jóvenes como W. H. Auden y Christopher Isherwood.

Ackerley publicó una novela - Vales tu peso en oro , llevada al cine en 1988 por Colin Gregg, con actuación de Alan Bates y Gary Oldman- y una serie de libros de corte autobiográfico -entre los que están, además del que aquí nos ocupa, Mi padre y yo , Vacación hindú , My Sister and Myself - que demuestran que, ocasionalmente, en la no ficción reside la mejor literatura.

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